Cuando llegamos a nuestro primer campamento en Soraypampa, estaba anocheciendo. Sin linternas cerca, buscábamos las mejores ubicaciones para instalar las carpas. Pisamos caca de vaca, casi nos metemos en la acequia y el frío empezaba a ponerse más intenso. De lejos veíamos el primer hospedaje de la cadena Mountain Lodge que se encuentra en todo el recorrido. Un lujo con agua caliente y cálidas habitaciones que no estaba entre nuestras opciones. Terminamos de hacer el campamento y, como un regalo, se estrelló todo el cielo y se encendieron los picos de los nevados. Aquel es el Humantay y el de acá al lado, el Salcantay. Nadie se quería ir a dormir.
El segundo día fue uno de los más especiales. Después de despertar y ver el azul intenso del cielo, empezamos a caminar cuesta arriba. Teníamos que pasar por el Abra Salcantay a 4630 metros sobre el nivel del mar. Concentrados fuimos subiendo. Entre nosotros nos ayudábamos con nuestras cosas. Nos rotábamos el trípode (de unos cinco kilos) y también la infaltable pizarra viajera que esta vez no se desarmó. Nos alentábamos mutuamente y los más precavidos invitaban agua a los insensatos. Hasta que llegamos al tan ansiado abra. Una vez que agradecimos a los Apus por esta oportunidad, salieron cóndores y vizcachas que casi nos llevan a las lágrimas. Después de este punto, toda la ruta nos iba a parecer papayita.
Poco a poco, los ecosistemas fueron cambiando. De tierra seca y aparentemente sin vida, entramos a bosques de queuña llenos de orquídeas, aves y flores brillantes. La neblina fue jugueteando delante de nosotros, despejando y tapando el paisaje. En toda la ruta, el bosque nos iba dando su bendición: fresas silvestres para darle sabor a los labios y refrescar la garganta. Nadie se podía quejar.
Después acampamos en Wayracmachay, una pampa amplia en la que todos los caminantes aprovechan para descansar. Unos se quedan a pernoctar, otros solo a comer algo y soltar las piernas. “Lo que ven ahí al frente, es el Santuario de Machu Picchu. Y los ecosistemas de ambos son casi idénticos. Allá hay más de 300 especies de orquídeas, acá también”, dijo Ronald Catpo, Director de Áreas para la Conservación de ACCA, que nos dejó sorprendidos con ello. Entre nosotros nos mirábamos y sonreíamos. Era claro: venía siendo uno de nuestros mejores viajes como equipo.
De ahí conocimos el Abra Mariano Llamoja y nos fuimos acercando al final. Pasamos frente a Playa Sahuayaco, el último punto en el que los arrieros pueden llegar con sus fieras. Desde ahí, todos tienen que caminar hasta Machu Picchu, pasando primero por Santa Teresa, un poblado para relajar lanzándose en canopys y bañándose en aguas termales. Un gran lugar que no te suelta. Te atrapa con su paz.
Caminar en esta Área de Conservación Regional, es un privilegio que tenemos los seres humanos que vivimos en estas épocas. Dicen que en unos veinte o treinta años más los picos arriba de los seis mil metros se secarán. Es nuestra responsabilidad recordar que todo está conectado y que lo que hacemos desde nuestras casas, impacta en los nevados, en las quebradas, en los animales, en los demás seres humanos. Empecemos a soñar con un Perú natural, dentro de una carpa, mirando al mar, contemplando el bosque, así todo esto parezca solo un sueño de medianoche.
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