“La fotografía es una forma de despertar iniciativas en la gente para que haga conservación. Estoy muy contento con este emprendimiento porque yo no quería morir sin haber hecho antes algo.  Nadie apostaba por la  comunidad   campesina  de Chongoyape”, revela el fotógrafo naturalista Heinz Plenge.

Mientras habla, un leve ademán de indignación proveniente de sus recuerdos, se dibuja en su rostro. En los bosques de Chongoyape hay dos etapas para él, cuando a fines de los 60 algunos lugareños iban de cacería deportiva y encontraban un monte denso colmado de osos de anteojos y aves; y cuando este hecho torpe, casi ingenuo, treinta años después abrió los ojos y bolsillos de empresarios que sierra en mano sacrificaron cientos de hualtacos en sus aserraderos, desplazando a especies endémicas de su hábitat. La población de pavas aliblancas y árboles, comenzaron una agonía acelerada frente a comuneros inermes de sus derechos.

Era 1998, por los ojos de Heinz durante años habían desfilado problemas que la ecología peruana afrontaba, tala, quema de pastos, lagunas convertidas en relave minero, derrames de petróleo. “Para conservar no solo se necesita dinero sino mucha convicción. Y empecé a pensar en opciones para las comunidades campesinas y las personas”. Un año antes, la Ley de Áreas Naturales Protegidas había sido promulgada, el tema era nebuloso en la jurídica peruana, y aún más confuso para un hombre que cámara al hombro vivía en el campo.

Décadas atrás, en el norte, Heinz recordaba haber fotografiado osos, pumas, zorros, serpientes. Es la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA) quien lo alienta, pues según la nueva ley, el estado también podía reconocer áreas de conservación en tierras de propiedad privada, anteriormente todas las áreas naturales pertenecían a la nación. ”Los bosques secos nunca habían estado dentro de iniciativas de conservación”. No dudó en contactarse con la comunidad de Santa Catalina de Chongoyape. Fue difícil convencer a los comuneros de las otras formas de aprovechamiento sano que podían tener de su bosque y lo mejor era que no tendrían que recortar más árboles, ni perforar la tierra y menos permitir que alguna empresa minera los desplazara. En unanimidad solicitaron al INRENA que la montaña ancestral Chaparrí que divide a las comunidades, Santa Catalina y Ferreñafe y los bosques que lo rodean, sean reconocidos como área de conservación privada. Desde el 2001 Chaparrí fue reconocida como tal.

“Los pueblos tienen derecho a decidir qué hacer con sus pueblos”, asevera Heinz. Por años ha visto a comunidades enteras perder sus tierras sin alternativa, bajo el falaz argumento de que “los recursos son de todos”, el gobierno y la empresa privada son “todos” y hacer la voluntad de “todos” implica aplastar derechos de comunidades enteras. Como es el caso de la comunidad campesina de San Martín de Reque que ha perdido sus tierras.

Chaparrí es el bosque seco más diverso y accesible de la costa norte. Diariamente recibe visitantes provenientes de colegios, universidades, institutos, turistas de lugares muy alejados del planeta. Hay cabañas y alimentación para todos ellos. El bosque los deslumbra por la variedad de aves, osos y árboles que posee. Las huellas culturales mochicas, vivas en la arqueología, los usos y apariencia de sus pobladores.

“Quiero ver a Chaparrí como un referente y opción de actividades económicas sostenibles, que sea un ejemplo para las comunidades campesinas adyacentes a Chaparrí”. Los más de 25 mil turistas que han visitado el bosque para hacer ecoturismo, turismo vivencial o simplemente apreciar la naturaleza en todo su esplendor, respaldan que la propuesta del fotógrafo es demostrable. Su familia está comprometida con el proyecto, esposa, hijos, nietos y los más de cien comuneros que también creen en la conservación natural lo acompañan. (Galia Gálvez)