Encontrando una aguja en un pajar: Irene y el mono choro de cola amarilla
Irene Hofmeijer / L.O.O.P.
Una aguja es un pajar está considerada como perdida para siempre. Solo un buscador firme seguiría buscando, con la esperanza de lograr un golpe de suerte para encontrarla. Mittermeier, Ruiz y Luscombe eran ese tipo de buscadores. Su aguja era el mono choro y el pajar era el Hotspot de biodiversidad de los Andes Tropicales.
Oreonax flavicauda, o comúnmente conocido como el mono choro de cola amarilla, es endémico de la parte baja de los Andes del Perú, una zona de transición ecológica principalmente amazónica. Descubierta por primera vez por el explorador y naturalista Alexander Von Humbolt en 1802, el mono choro de cola amarilla fue visto por última vez en 1926 (Mittermeier, Ruiz & Luscombe, 1975). Pasaron casi cincuenta años sin ninguna señal de O. Flavicauda; por lo que se creía extinta. En 1974, un equipo de exploradores organizaron una expedición en búsqueda de rastros del mono choro de cola amarilla. Para su gran satisfacción, en solo dos días, se encontraron con un cazador que tenía un cráneo y piel disecada de O. Flauvicauda. Al decimosegundo día de la expedición, tuvieron un golpe de suerte y encontraron la aguja: un mono choro de cola amarilla juvenil vivo.
Tras el prometedor redescubrimiento de O. Flavicauda, Mittmeier et al. (1975) llamó a “una reserva o santuario nacional a ser creados para este excepcional primate con el fin de asegurar su supervivencia” (p.44). Ya en la década de 1970, amenazados por la deforestación, el pajar había disminuido de tamaño. Sin embargo, la fundación de tres áreas protegidas en la década de 1980 sólo concedió una seguridad mínima a la especie: la fragmentación del hábitat debido a la deforestación y a la constante presión ejercida por el crecimiento poblacional limitaba su protección. (Buckingham & Shanee, 2009).
Áreas de Conservación Privada
Una de las corrientes de pensamiento conservacionista propone dar prioridad a los hotspots de biodiversidad para la conservación. Para ellos, la protección de los 25 hotspots que contienen el 44% de las especies de plantas de la Tierra y el 35% de las especies de vertebrados, evitaría la homogenización de las especies (Myers, Mittermeier, Mittermeier, da Fonseca, & Kent, 2000). Otra corriente de pensamiento propone dar prioridad a las regiones de endemismo, una estrategia que los autores consideran que es más eficiente para la asignación de recursos a las áreas protegidas (Joppa, Visconti, Jenkins, & Pimm, 2013). Mientras que los dos métodos para identificar áreas para la asignación de recursos pueden variar, ambas enfatizan la prioridad de crear áreas protegidas. Ambas, por otro lado, no abordan el rol potencial de las áreas de conservación privada.
Ya en 1934, Aldo Leopold estaba levantando alerta sobre la pérdida de la biodiversidad y enfatizando el rol de la administración de áreas privadas para la conservación de la biodiversidad. En su ensayo ‘Conservation Economics’, Leopold (1934) llega a la conclusión de que “la conservación podrá eventualmente recompensar al propietario privado que conserva interés público” (p.202). Como muestra el ejemplo anterior del mono choro de cola amarilla, las áreas naturales protegidas no aseguran la supervivencia de las especies. Las áreas de conservación privada presentan una oportunidad para la creación de zonas de amortiguamiento y corredores de vida silvestre cerca de los hotspots de biodiversidad que podrían realzar el rol regenerador esperado por las áreas naturales protegidas.
Incluso si nuestro entendimiento actual sobre los beneficios y costos de conservación privada basada en incentivos y su impacto en la mitigación de amenazas a la biodiversidad es limitado, hay suficiente evidencia empírica para apoyar su expansión. En un mundo donde el crecimiento poblacional no disminuirá y la disponibilidad de terreno es limitada, solo un sistema en el que convivan el desarrollo humano y la conservación podrá triunfar. Las áreas de conservación privada son también una solución lógica, considerando que la gestión y cuidado de las áreas protegidas demandan una gran inversión. ¿Quién sino el mismo propietario tendría un interés mayor en proteger su terreno?
Más paja para la aguja
En Perú, existe una forma jurídica para el registro de un área de conservación privada desde el 2001. A la fecha, más de 85 propietarios han dedicado más de 250,000 hectáreas de propiedad privada para conservación de biodiversidad (Conservamos por Naturaleza, n.d.). Entre ellos se encuentra el Área de Conservación Privada (ACP) Bosque Berlín como casa del mono choro de cola amarilla.
En el Bosque Berlin la familia Rimarachín ha estado viviendo en armonía con su ambiente por más de treinta años luego de escapar del terrorismo en su ciudad natal Cajamarca. La hija mayor, Leyda, es una bióloga conservacionista nacionalmente premiada. En las 59 hectáreas de su familia, está trabajando de cerca con niños y comunidades vecinas en el desarrollo de estrategias que ayudarían en la conservación del mono choro de cola amarilla. En el 2015, Leyda alcanzó un hito: una exitosa campaña para recaudar fondos le permitió adquirir 29 hectáreas más de bosque vecino donde O. flavicauda son vistos frecuentemente.
La historia del mono choro de cola amarilla es inspiradora. El compromiso de conservación del lugar de la familia Rimarachín lo es aún más. Tal vez nuestro único camino para superar la pérdida de áreas verdes de nuestro planeta, es empoderando a estos héroes conservacionistas, que tienden a proteger pacíficamente sus terrenos en estos hotspots de biodiversidad.