Por: Bruno Monteferri / Director de Conservamos por Naturaleza
Cinco amigos venían a visitar y conocer el Perú por primera vez, por una semana. ¿Una semana para conocer Perú? Pero si se necesita una vida entera para conocer el mundo y otra para conocer el Perú, les respondí. Ni modo. Escogí la lista de ingredientes para alimentar los sentidos, con el cariño y creatividad con la que imagino que Gastón elegiría los ingredientes para hacerle una cena a Astrid por su aniversario.
Ni bien bajaron del avión, los llevamos a remar en SUP paddle frente a la Isla San Lorenzo, seguido de un festín de sabores marinos en La Punta. Esa misma tarde vimos el atardecer desde un manantial en Tambo Ilusión, en la selva de Tarapoto. Al día siguiente, nos enrumbamos en canoas por el bosque anfibio de Tingana mientras monos y búhos nos miraban desde lo alto. Cuando cayó la noche, contemplamos en silencio a la Luna Roja, gigante y sideral, emergiendo en medio del bosque. Los días siguientes, exploramos la catarata de Gocta y perdimos la sensación del tiempo en las quebradas que irrigan Cocachimba, bailamos alrededor de fogatas en las montañas y también al ritmo de música electrónica en una base militar, en Chorrillos. Despedimos el viaje, recibiendo al sol desde los acantilados de Miraflores, viendo las olas donde días antes aprendieron a surfear.
Pero no todo fue ensueño. A nuestro paso por La Esperanza, un poblado en la ruta entre Moyobamba y Pedro Ruiz, en Amazonas, visitamos a Noga y Sam Shanee, amigos de la vida y quienes desde hace 10 años vienen apoyando a comunidades en sus esfuerzos de conservar bosques que son el refugio del mono choro de cola amarilla, especie endémica de esta zona del Perú y la razón por la que llegaron para quedarse y fundar Neotropical Primate Conservation (NPC). Ese día, apenas entré a su casa, un olor fétido me golpeó directo en la cara y por unos segundos me quedé atónito, intentando asimilar la situación.
Más de 1200 loros pihuichos estaban abarrotados en jaulas, convirtiendo su desesperación por seguir con vida en una sinfonía ensordecedora. Morían por docenas, asfixiados, cubiertos en sus propias heces. Patricia Mendoza, veterinaria peruana que viene apoyando a NPC desde sus inicios, iba sacando los cuerpos inertes de los loros a cada hora. El olor de los animales muertos, las plumas en el piso, las miradas de Noga y Sam, y las caminatas inacabables de Patricia, era la fórmula con la que el tráfico de fauna silvestre nos daba una cachetada sin anestesia.
El tráfico de fauna silvestre es una actividad ilegal que año a año mata a millones de animales. Y no parará de hacerlo, si no logramos reducir la demanda de animales silvestres para convertirlos en mascotas, carne de monte, adornos y atracciones para el turismo. Este texto que escribo ahora es para compartir lo que he aprendido sobre el tráfico de animales en este tiempo, y para agradecer a Noga Shanee y al equipo de Neotropical Primate Conservation (NPC) por más de una década de trabajo ‘grassroot’ en el Perú.
Noga, la activista que está donde las papas queman
Noga es una mujer que no tiene reparos en decir lo que piensa, es una activista que con el paso del tiempo se pone más radical y que pone su vida en peligro. Odia la burocracia con la misma pasión con la que cuida animales en peligro. Por esto se ha ganado el cariño de unos pocos y la ira de muchos. Podemos discrepar a veces, pero lo que nadie puede negar, es que está donde los especialistas de las ONG (sí, incluido yo) y diversas autoridades brillan por su ausencia, tratando de cerrar mercados ilegales o propiciando cotidianamente intervenciones y decomisos.
En el último mes, han sido tres veces las que la he escuchado hablar sobre la realidad del tráfico de fauna ante autoridades regionales de fauna silvestre, la Policía y la Fiscalía Especializada en Medio Ambiente, en reuniones que hemos organizado en Loreto, Amazonas y San Martín gracias al apoyo del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos (USFWS), para articular el trabajo de las autoridades y la sociedad civil de cara a esta problemática. Cada vez que la escucho, vuelvo a sentir que hacemos aún muy poco para erradicar desde la raíz a las mafias del tráfico de fauna silvestre.
Noga explica que cada vez hay menos mercados donde se venden animales silvestres, pero que todavía existen en Yurimaguas e Iquitos. “Gracias a que todos tienen celulares ahora, ya no se tienen grandes depósitos con animales en jaulas”, dice. “Eso no quiere decir que estemos mejor, simplemente el sistema ha cambiado. Hoy se hace el pedido por teléfono o internet, y la especie se saca del monte y la traen a donde estés”, continúa. Es como si compraras algo en Amazon, pero de la Amazonía de verdad. La mayoría de especies son llevadas desde Iquitos y Pucallpa hacia la costa. Así, las principales rutas para sacar los animales del país son a través de Lima, Tumbes, Santa Rosa (en la triple frontera con Colombia y Brasil), Tacna y Puno.
A Noga aún se le eriza aún más el pelo mientras muestra la foto que ella misma tomó a un mono choro bebé: atado a una silla, frente a su mamá ya descuartizada –tras haber caído, calculamos, de más de 20 metros de altura de un árbol–, con la carne lista para ser vendida abiertamente en uno de los mercados de Pucallpa. La sala se quedó en silencio ante esa imagen, y aún más cuando Noga explicaba que las tortugas motelos son uno de los animales que más sufren. A ellas les rompen los caparazones que están pegados a sus columnas, mientras están vivas.
Ni pensar en el transporte de animales silvestres que son vendidos como mascotas. Ellos van dentro de medias o sacos, escondidos en maletas cerca de los motores de buses, donde sea que no se les escuche y sin importar que miles mueran en el camino. Por ejemplo, en el caso de los primates, se calcula que para que uno sea mascota, nueve murieron en el proceso. Especies que demoran cuatro años en tener una cría y que, junto con los murciélagos y aves, ayudan a dispersar semillas y regenerar los bosques. Así es como les estamos pagamos de vuelta.
Noga ha estado los últimos diez años recorriendo la Amazonía, yendo de mercado a mercado, buscando a traficantes y exigiendo que se cumplan las normas. Ha interpuesto 209 denuncias ante las autoridades forestales, el Ministerio Público y la Policía. Sin embargo, son muy pocas las que han terminado con una multa administrativa o una sentencia en la vía penal. Las razones son muchas, a continuación, mencionamos algunas de ellas:
► Hay un preocupante desconocimiento de la normativa sobre fauna silvestre por parte de las autoridades que están a cargo de hacerla cumplir. Solo un 5% de las autoridades que asistieron a los eventos habían leído todo el Reglamento de Gestión de Fauna Silvestre, aprobado en el 2015. Es como si la Policía te hiciera parar en la Panamericana y no supiera cuáles son las infracciones que existen. En realidad, la Policía de Carreteras debería ser una de las más involucradas en el tema, pero lamentablemente no es la realidad.
► Las autoridades no tienen los conocimientos técnicos para distinguir a una especie de otra ¿Por qué es relevante? Porque si no se identifica bien a la especie, la denuncia pierde solidez y se dificulta el uso de los agravantes en la vía penal. Ocurre que cuando la especie está amenazada, es endémica o se encuentra en uno de los apéndices de la Convención CITES, la pena pasa de ser de entre 3 y 5 años de cárcel a entre 4 y 7 años. Por eso instituciones como NPC y Wildlife Conservation Society (WCS) han visto la urgencia de elaborar guías de identificación de especies para las autoridades. A partir de estas reuniones, también hemos creado grupos de WhatsApp para conectar a las autoridades con especialistas que puedan ayudar a identificarlas por foto, esperamos pronto hacer un aplicativo para celulares.
► El equipamiento con el que cuentan las autoridades para hacer decomisos dista mucho de ser el ideal, y ni siquiera se tiene lo básico. Unidades de la policía especializada no cuentan con camionetas, autoridades regionales de fauna silvestre no cuentan con medicinas ni jaulas. Con este proyecto hemos donado equipos para las intervenciones a las autoridades de Amazonas, Loreto y San Martín que cambiarán un poco esta situación, pero se necesitan más equipos.
► En aquellos casos en los que las autoridades hacen intervenciones y deben realizar decomisos, surge la necesidad de manipular a especies silvestres que están débiles o estresados. Las boas no son lo más complicado, imagínate estar frente a un felino o un mono machín mostrándote todos sus dientes y solo pensando en escapar. Y no hay veterinarios ni especialistas en la mayoría de estos lugares.
► Luego viene la triste realidad: no hay ningún centro de rescate público, solo hay privados. Y estos no tienen espacio ni recursos. Los casos de Pilpintuwasi en Iquitos y Amazon Shelter en Puerto Maldonado, son un tributo a la constancia. Ambos sobreviven por la persevarancia de Gundrun y Magali, y el amor incondicional que le tienen a las especies que llegan a sus manos. Visitar esos espacios es lo mínimo que podemos hacer para apoyarlas.
► Lejos de lo que piensa la mayoría, reintroducir a animales silvestres a su hábitat es más difícil que Perú clasifique a un Mundial de Fútbol. Por las enfermedades que pueden haber adquirido al entrar en contacto con humanos y por haber perdido la capacidad de sobrevivir por sí solos en el bosque, a lo mejor, lo que les espera a los animales decomisados es una prolongada vida en una jaula. Por eso, a la mayoría de animales decomisados no queda otra que quitarles la vida. No pienses que, por eso, al comprar un animal silvestre para tenerlo como mascota, lo ayudas. Simplemente promueves que este círculo vicioso se mantenga.
En mayo, Noga Shanee se va del Perú a viajar por África y no tiene claro si volverá. Hay quienes se alegrarán con su partida, pero humanos y animales sentiremos la pegada de su ausencia en la Amazonía. Deja un vacío grande que cubrir y un legado difícil de olvidar. Coordinar activamente con las rondas campesinas a falta de presencia del Estado en zonas rurales y ser la primera en la línea del pelotón no es para cualquiera. Exigir incansablemente a las autoridades que hagan su trabajo desgasta y frustra. Pero, a pesar de que suela sentirse sola, Noga no es la única en esta batalla. A su paso ha formado un equipo liderado por los biólogos peruanos Néstor Allgas y Yeissy Sarmiento, que tienen el privilegio de haber aprendido de sus logros y sus errores, y que esperamos tengan mejores resultados haciendo alianzas con ese grupo de personas que dentro del Estado y en organizaciones de la sociedad civil vienen trabajando contra el tráfico de fauna.
Hoy toca que trabajemos unidos y que invitemos a nuevas personas a que se unan a esta lucha. Porque opciones para involucrarse hay muchas. Desde denunciar todo caso de tráfico de animales silvestres –incluida la tenencia sin el permiso debido– hasta lograr que se apruebe de una vez por todas la Estrategia Nacional contra el Comercio Ilegal de Fauna Silvestre, que está lista y a la espera de ser aprobada desde hace años. Desde apoyar a los centros de rescate formales visitándolos y aportando con donaciones, hasta evitar el consumo de carne de monte y ayudar a equipar y capacitar a las autoridades competentes.
En los últimos años, cada vez hay más causas, como #NiUnaMenos, que muestran cómo la empatía y la unidad pueden generar cambios de comportamiento y sacar a las personas de la indiferencia. Hoy necesitamos que esa cultura basada en la empatía que lleva al activismo se siga expandiendo y beneficie a otros seres con los que compartimos el planeta.
Notas relacionadas:
– Tarapoto, taller de tráfico contra el tráfico ilegal de fauna silvestre
– Video: Noga & Sam Shanee
– Yeissy Sarmiento: Una aventura sin fin…y gratas recompensas