"Percy (con el pescado en mano) tiene tan solo seis años y hace su propia caña de pescar y sale en balsa a buscar comida junto con sus hermanos."
Percy (con el pescado en mano) tiene tan solo seis años y hace su propia caña de pescar y sale en balsa a buscar comida junto con sus amigos. Todos ellos viven en Villa Belén, un poblado ubicado en la cuenca alta del Itaya.
Risas de niños provienen desde el medio del bosque. Nos acercamos entre lianas y árboles que viven en el agua, remando en silencio. Luego de sortear unos arbustos nos encontramos a Percy, Christian y Gian, agarrando con firmeza cañas de pescar con sus pequeñas manos. Nosotros mismos las fabricamos – nos dirían orgullosos. Percy está sentado en la proa, y no se demora en mostrarnos su trofeo, un pescado de dientes extremadamente filudos, parecido a una barracuda. Tiene solo seis años, Christian cuatro y Gian quien comanda el bote siete. Sus sonrisas rebalsan a raudales la canoa. A sus diminutos tripulantes no parece importarles que la cocha esté poblada de culebras y pirañas – según nos advirtieron los locales. Juegan sin parar, se balancean y nos retan a una carrera, ni bien se acaba piden otra, risita, risita, no paran de remar.
Sus caras de felicidad me hacen pensar en Totó y Joel, aquellos personajes cargados de poesía creados por Borges en La Luz es Como el Agua. Totó le habría preguntado a su padre como era que la luz se encendía, y este no tuvo reparo en contestarle que ¨la luz es como el agua, uno abre el grifo y sale¨. Desde entonces, Joel y Totó aprovechaban la salida de sus padres los miércoles por la noche para abrir y romper las bombillas y dejar que los chorros de luz brotaran hasta llenar al menos cuatro palmos desde el suelo y ellos pudieran navegar y bucear entre las islas del departamento ubicado en la Castellana, en el corazón de Madrid, aquella ¨ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz¨. Aventuras de fábula, nos iban llegando desde diferentes latitudes, tan distintas y disímiles.
Percy, Christian y Gian han vivido toda su vida en Villa Belén, un poblado ubicado en la cuenca alta del Itaya, en donde la malaria es cosa de todos los días y los profesores del colegio brillan por su ausencia. ¨No han aparecido desde que comenzó el año¨ – nos dicen en el pueblo. Llegamos aquí acompañando a un equipo de 26 estudiantes, docentes y especialistas de la Universidad Científica del Perú quienes han obtenido una concesión para conservación de más de diez mil hectáreas frente al área de la comunidad. Marianella Cobos y Javier del Águila nos explican que la universidad escogió esta zona por ser cabecera de cuenca y porque vieron el potencial de implementar un modelo de gestión que pueda ser replicado en otras zonas. Se trata además de una zona relativamente cercana y accesible desde Iquitos, que permitirá que las tesis de los estudiantes sean realizadas en torno a lo que ocurre en el área. También resulta estratégica, nos dice Javier, por ser parte de la ruta que usan los zúngaros para migrar al Amazonas y porque contribuye al recambio de aguas en la cuenca baja del Itaya, en especial de sitios altamente contaminados como Belén.
El objetivo de este viaje radica en recoger información para la elaboración del plan de manejo que tienen que presentar en agosto y que guiará los trabajos a realizarse en el área durante los siguientes cinco años. Se realizarán estudios sobre calidad de aguas, peces, flora y fauna, incluidos mamíferos menores y mayores, aves, reptiles y anfibios. También, se delimitará el contorno del área. Una tarea que requerirá caminar un promedio de cinco a siete kilómetros diarios durante veinte a veintincinco días. Para todos estos trabajos se consideró trabajar con gente local como guías para que se involucren desde un inicio en el reto que significa manejar bien la concesión.
Uno de los grupos tenía como objetivo recolectar datos sobre los aspectos socio económicos de la zona. Ellos nos contaron que aquí viven cerca de 24 familias, que muchos habitantes están emigrando y que la mayoría de los que quedan se dedican a la extracción de recursos y la comercialización de madera. ¨La mayoría de lo que se extrae ya tiene dueño desde antes de salir del bosque o son vendidos en Cahuide¨ – me diría uno de los comuneros. Cahuide queda seis horas río abajo de Villa Belén y es la ventana de conexión con la carretera que une Iquitos y Nauta. Desde la construcción de esta carretera la extracción de recursos ha aumentado considerablemente. De existir un poco de voluntad para fiscalizar lo que ocurre en esta cuenca, habría mayor presencia de las autoridades en este puerto, pero como en otras zonas estratégicas de la Amazonía, aquí no hay nadie. Hace algunos meses Lotty Morey, titular de una concesión para conservación ubicada en el Maquía, también en Loreto, denunció que se estaba extrayendo una gran cantidad de madera de manera ilegal cerca de su concesión. La respuesta por parte del Programa Regional de Manejo de Recursos Forestales y de Fauna Silvestre, es que no tenían suficiente combustible para realizar el operativo. Aún falta dotar de mayor recursos a este programa, un tema de mera voluntad política.
Por suerte, en Loreto –como en otros lugares del país- ya hay un movimiento de personas que han decidido asumir el compromiso de proteger ¨un pedacito¨ de naturaleza. Gente que conserva porque les nace o porque ven en esto un proyecto sostenible. En esta región amazónica, ya hay siete concesiones para conservación, seis de ecoturismo y tres áreas de conservación privadas. Susana Perea y Nancy Dantas, son mujeres llenas de energía que están liderando iniciativas de conservación en el eje de la carretera Iquitos Nauta. Aquí la conservación confluye con proyectos de urbanización, ganadería intensiva, plantaciones de palma aceitera y piscigranjas. DEVIDA también está en la colada. Ellos promueven la titulación de áreas con la condición de que se planten cultivos alternativos como cacao. Tienen un componente de conservación de biodiversidad que puede ser mejorado. Una forma de hacerlo es que los títulos que se otorguen incluyan cargas que sean inscritas en Registros Públicos que obligue a sus titulares a conservar una porción del área otorgada, similar a las reservas legales que se aplican en Brasil.