Humedales en el Perú
Escribe: Walter Wust
Amanece en algún punto de la costa peruana. La bruma matutina, cargada de humedad, trae los cantos territoriales del huanchaco y los chapoteos de las pollas de agua, en eterna disputa por las algas del fondo de una laguna que parece un espejo reflejando el gris del cielo litoral. Bandadas de patos gargantillos y decenas de garzas blancas completan la escena cotidiana en el humedal.
Aquí, entre densos juncales, la naturaleza encuentra un respiro incluso al lado mismo de la ciudad, cuyas luces ambarinas parecen estrellas palideciendo a medida que el nuevo día se instala. Un típico tic tac resuena entre los tallos verdes: es el totorero, una pequeña ave del tamaño de un gorrión que ha aprendido a vivir exclusivamente en los humedales, alimentándose de insectos entre sus verdes varas. La especialización del totorero sería vista como un triunfo evolutivo por los científicos, pero para el ave implica un riesgo enorme. Con la reducción de los humedales se acaba su único hábitat, y con ellos el futuro de su especie.
Pocos ecosistemas en el mundo son tan productivos como un humedal. El agua, fuente primaria de vida, es la base de una trama tan compleja que alcanza ribetes con lindan con el surrealismo. Aquí se produce, filtra, regenera y reutiliza el agua de escorrentía para dar vida a una legión de microorganismos y algas. Estos, a su vez, sirven de alimento a decenas de especies de plantas e invertebrados, los que finalmente, alimentan a aves de todo tipo, reptiles y hasta algunos mamíferos.
Los humedales han sido fuente de alimento para el hombre peruano desde tiempos inmemoriales. La pesca de lisas en las marismas de Cañete y el norte chico ha sido documentada por cronistas e historiadores de las culturas Huarco y Chancay, respectivamente, solo por citar las de la costa. Lo mismo sucedía con los grandes chaccus (arreos rituales) de choqas y gallaretas en las lagunas del Altiplano puneño por parte de los Pucara. Hoy, pastores de cabras y vacunos aprovechan los verdes pastos que crecen en torno a las aguas de los humedales costeros, mientras la totorilla y junco es empleada por diestros artesanos para la elaboración de cestos y canastos en Grocio Prado, Chincha, o Primavera, en Medio Mundo, Huacho.
Casi cada río que nace en los Andes y descarga sus aguas en el Pacífico genera un humedal cerca de su desembocadura. Aunque la mayoría no es consciente de ello, los pantanos y campos de totora que los desarrolladores urbanos se empecinan en drenar cumplen una función vital en el equilibrio y salud de las cuencas. Los más famosos son quizás, los pantanos de Villa, declarados Zona Reservada y manejados por SERPAR y PROHVILLA. Ubicados entre el mar y una de las zonas más densamente pobladas de la capital, estos humedales juegan un importante rol en el paisaje y la diversidad de vida que refugian (algunos de sus habitantes más conspicuos son migrantes anuales que llegan desde lugares tan distantes como Norteamérica o el Ártico). Sin embargo, el mayor valor de este oasis natural reside en los servicios ambientales y educativos que presta a la ciudad. Aquí los niños tienen la oportunidad de tomar contacto con la belleza y magia de la vida natural, y aprender acerca de su valor: paso ineludible para su posterior conservación.
El Perú posee casi 8 millones de hectáreas de humedales en su territorio, muchos de ellos constituyen lugares de belleza extraordinaria y se encuentran protegidos como parte del Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado. Sin embargo, aquellos que juegan un papel más crucial en el paisaje y corren mayor presión por parte del hombre son los que se ubican en la costa.
Pero volvamos al humedal que tomaba color con la luz del amanecer al inicio de nuestra historia. Sus aguas salobres son el resultado del afloramiento de brazos subterráneos provenientes del río que corre a algunos kilómetros descendiendo de los Andes. Las ciudades crecen sin descanso, y con ellas la demanda de agua para la agricultura, la industria y el consumo humano. Así, cada vez hay menos agua para los humedales, que inician un retroceso que, en la mayoría de los casos, termina con su desaparición y con los beneficios para la comunidad.